Recordando a Meli


Invierno 2007
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Transcurría nuestro descanso laboral.
Hacia el mediodía la nieve caía con más intensidad pero a mí no me importaba ni siquiera que nunca dejara de nevar, mientras estuviera con ella.
Caminando por bordes de veredas blancas ella rodeaba mis hombros y mi cintura con sus brazos, sus mejillas tibias se posaban sobre mi cuello afirmando sus deseos en mi piel despreocupada. 
Dos sonrisas se apoderaron del momento.
Fue inevitable besar sus labios mientras el calor se acumulaba sin querer librarse de nosotras. Cómplices, miramos hacia el cielo y un desprevenido sol, al parecer increíble, nos guió camino a casa.
Ni siquiera oíamos el murmullo de la gente. 
La desvelada nieve comprendió entonces, que sólo debería acompañarnos.
En medio de decenas de velas cerezas, encendidas por sí solas, nos vimos tendidas sobre la cama. Su cuerpo se acoplaba sobre el colchón suavizado por su ternura. Ya desnudas, ella, untó sus caricias a partir de mis piernas. Un espacio entre su cintura y mis caderas la solicitaba, abierta. Me besó en la parte inferior del vientre, justo allí, en el centro del deseo, y abrigando el invierno una sensación única se apoderó del tiempo.
Era demasiado tarde para volver al trabajo.
Cuando despertamos a medianoche miramos por la ventana del dormitorio, y el sol aún seguía allí. 
Fue entonces que no tuve duda alguna que iba a vivir eternamente, junto a ella...